viernes, 9 de septiembre de 2011

...era un espacio. Definitivamente pequeño, eso sí. Pero comenzar a jugar, con el invierno cayendo deprisa sobre los techos de las casas contiguas, era una verdadera locura. Era en esencia irascible, es cierto, nada ni nadie le impedirían correr libremente por las calles de su infancia. No tuvo hijos que pudieran hacerlo en su lugar y la vida tenía que seguir. Hechó a andar hacia la puerta, la abrió y la luz tísica de los faroles lo impregnaban de melancolía al tiempo que creyó escuchar una regañina materna tras de él. Imposible, la estancia no tenía un mueble y su madre yacía en el cementerio general.

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