¡Oh hermanos! del abismo común
y no os teman de las posibles arrugas,
abrir su estrepitejo de hedor
y con las zanjas dejadas
en las enemigas y ajenas pieles de argamasa,
sueñen, sueñen que en ellas
posible es hervir las más legítimas
aguas de enjambre, de raído, de paz.
Cuando topen con enredaderas
a pleno labrejo del sol,
suelten nomás sus machetes
desde la altura anónima
hacia aquella bajedad verde
que solo tienta
con piedras y recodos y charcos
la detención del sendero.
El compungido ¡Alto!
hacia nuestra búsqueda;
no de redención fortuita
sino de latente obraje
para con nuestros retoños y tupidas ansias.
El río empuja,
corramos a él,
él avanza
-supongo- tal cual
también avanzaremos;
entonces, entreguemos el cuerpo
y no el alma
(porque ella no es entregable)
con la soltura que solo ofrece el valiente
que late solo,
enmarañesco en el corazón vespertino
que vibra solo,
altiva en la vena roída.
Empuñad la tosquedad
¡Oh hermanos míos!
y no os teman de las posibles arrugas.
Jaime Perez, alumno del segundo año de Filosofía y gran amigo.
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