
Las olas arrojan
arena y espuma,
acicalándonos
con el llamamiento
del silencio.
Si no fuese
por el cielo
despejado
y el
abrumante calor,
quizás el mar
habría varado
algunos cuerpos.
La marea sube,
planean sobre mi cabeza
tristísimos pelícanos,
seguramente
aguaitan algún
inseguro pez
que de su banco
esquivó incomprendido
a desafiar
las ocilaciones
del trepidante océano.
Y ese es el poeta,
pronunciando su voz,
valeroso e idiota,
al acecho de tenazas
inconmensurables.
Yo creo que los ahogados
se atragantan
pronunciando
la palabra soledad.
Carlo enrique
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